Ernst Lubitsch,  entre sus muchas obras maestras, destaca por una película cuyo guion hizo con otro genio del Hollywood de la primera parte del siglo pasado: Billy Wilder. La película llevaba por título Ninotchka y narraba las peripecias de una enviada de la antigua unión soviética a París con el fin de descubrir la razón por la que tres embajadores se habían quedado fascinados con la forma de vida que ofrecía el capitalismo negándose a volver al sistema establecido por el comunismo.

Hay una escena antológica en la que Ninotchka, escogida para dicha misión al pertenecer al núcleo duro soviético, fría y calculadora, de pronto, pasa por un escaparate y se queda fascinada con un sombrero. Se siente atraída en ese momento por la libertad y por una vida en la que cada individuo puede tener acceso a aquello que desea. Greta Garbo, que interpreta magistralmente este papel, lo borda clavando su mirada en ese sombrero con la que el personaje se ve atraída. Hasta que hace un gesto de desprecio y se marcha.

Todo esto viene a colación de este artificio de polémica que estamos viviendo ‘intensamente’ en nuestra ciudad por una propuesta que la izquierda asilvestrada que tenemos en la actualidad ha dirigido al consistorio para prohibir que las chicas se vistan un tanto airosas en el mundial de motos. Posiblemente, la izquierda selvática que hemos heredado como consecuencia del descuido de nuestros gobernantes –que han dejado que determinados ideales de corte autoritario se gestaran en las universidades-, desearía que las mujeres vistieran como Ninotchka. Traje gris, camisa blanca uniformada como un número más y pelo no muy alborotado porque todo tiene que estar el servicio del ‘interés del pueblo’.

La denigración al individuo nos sobreviene cuando se comienzan a poner cortapisas y se recortan las libertades. A nadie se le pone una pistola en la cabeza para vestirse de lagarterana y tanto los hombres como las mujeres son libres para ser reclamo a través de los bienes que la naturaleza le ha dotado. La única prohibición debe de venir si existe una denigración al desarrollo integral de la persona o a un imperativo que esté ligado más a la trata de blancas que al desempeño de una labor.

Nuestros gobernantes deberían de saber de una vez por todas que su función debería de delimitarse a que los ciudadanos tuvieran trabajo, vivieran en una sociedad segura y tuvieran los medios suficientes como para comprar un sombrero que se antoja en un escaparate o una camiseta colocada en una subasta por el precio de cien mil euros porque ha sido impregnada por el sudor de Mick Jagger.

A ver si se enteran de una vez que nada ni nadie puede gobernar nuestras vidas, como pretendía Ninotchka cuando viajó a París para descubrir qué virus había inoculado en el organismo de sus ‘camaradas’. Posiblemente fue el virus de la libertad.

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