Manuel Sotelino

El título de este artículo es un libro que escribió el gran Joaquín Vidal y en el que construía una mezcolanza entre novela taurina y artículos periodísticos.

El toreo es grandeza y hoy lo hemos visto en las Ventas del Espíritu Santo; la plaza de toros de Madrid donde siempre se cuecen las habas del toreo. No me gusta escribir de toros sobre lo que he visto a través de la pequeña pantalla pero lo de hoy bien merece un artículo por la emoción vivida.

El toreo es grandeza por lo que hoy hemos visto y sentido a través de la tele. David Mora reaparecía en Madrid tras una fortísima cornada que recibía en esa misma plaza hace ya dos años. Una corrida del Ventorrillo, creo recordar, mandó al hule a los tres valientes de luces. David Mora fue el primero en visitar la enfermería con una cornada gravísima cuando recibía a su toro a porta gayola. Terrible.

Mora hacía el paseíllo hoy en Madrid de nuevo tras un particular Tourmalet de rehabilitaciones para poner de nuevo al cien por cien su pierna. Iba embadurnado de lágrimas y el torero lloraba desconsoladamente tras haber sido obligado a saludar desde el tercio cuando la afición venteña le tributaba una ovación de bienvenida.

Era el segundo de la tarde cuando tras competir en quites con Roca Rey se dispuso a recibir a su toro con la muleta en la segunda raya de picadores. Antes había brindado al doctor García Padrós por mediar ante la vida y la muerte en aquella tremenda tarde de cloroformo en el que la enfermería no daba abasto.

El toro apretó y se le venció echándoselo a los lomos y cayendo de mala manera. La terrible sombra de la tragedia aterrizó como la frecuente racha de viento en el coso de la calle de Alcalá. David Mora, maltrecho, se recuperaba y milagrosamente no estaba calado. Sólo una caída tremenda tras recibir el tornillazo del toro de Alcurrucén. Volvió a la cara del toro porque estos tíos son de otra pasta.

Y sobrevino el milagro. De la dramática imagen del torero maltrecho, aquel toro de encaste Núñez sacó lo mejor que tenía dentro para comenzar a embestir como una máquina. Y Mora lo entendió así y fluyó el toreo. Los muletazos más bellos de la feria. Desmayada la figura y rompiéndose con el toro, los lances sobrevenían mientras que la plaza estallaba en olés de emoción. Cuatro bellas tandas con la derecha de mucho mando y mano baja, con un toro que se rebosaba, y dos por la izquierda con naturales de seda. Un espadazo entero y muerto el toro sin puntilla. Dos orejas y aquello era un manicomio.

El toreo es grandeza por momentos como este. Es el único espectáculo en el que todo lo que ocurre es verdad. La tragedia, la cornada, el triunfo, las lágrimas, el arte, la emoción, la verdad en definitiva. En apenas diez minutos, habíamos pasado de la angustia de un final trágico a una sonrisa de oreja a oreja mientras palpitaba nuestro corazón de aficionados.

Dos orejas y vuelta al ruedo al toro. El toreo es grandeza. Y lo es por tardes como las de hoy en Madrid. Le pese a quien le pese.

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