Lo he captado por fin. Me ha costado encontrar ese sentimiento porque he visto el comienzo de la Cuaresma como un tanto enrarecida. Me refiero a oler a cofradías, a arroz con leche, a incienso a la vuelta de una esquina, a capirotes colgados en el toldo de una tienda.
Ayer olía en la ciudad a Cuaresma. Y también a azahar. A función principal de instituto. A juramento de hermanos con orgullo de pertenecer a la corporación. A medallas colgadas en el pecho que es el lugar donde se validan las pasiones. A previos a la Semana Santa en definitiva.
Ayer sentí cómo se removía mi corazón cuando en la función principal de mi hermandad de San Rafael los hermanos subían y juraban ante los Evangelios. Se me saltaban las lágrimas cuando ella lloraba en su carrito y no quería acercarse a jurar sin tan siquiera poder alzar la voz… Quien me conoce y quien conoce a fondo lo que es San Rafael sabe bien de lo que hablo.
Podrá salir el azahar en los naranjos y florecer las aceras con esa alfombra blanca de pétalos. Y también podremos disfrutar de esa copa tras la función. Y soñamos con la salida de la cofradía y abrimos los altillos, y sacamos las túnicas y las colgamos en nuestro dormitorio a la espera de hacer la estación de penitencia. Y nos emocionaremos con las primeras cornetas. Y a mí se me erizará al vello cuando vea al primer nazareno por la calle de ida a su templo porque la cofradía sale en la tarde del Domingo de Ramos. Que es la tarde más esperada.
Ya huele a Cuaresma y a Semana Santa. Y a cofradías. Lo he percibido cuando he visto a Juan esta mañana y nos hemos puesto a charlar dos minutos de Paco Sacrificio y de los ‘asalariados’. Y de cómo le contaba yo a Juan que este año me visto para llegar allí… sí Juan. Que este año nos estrenamos en el palquillo de toma de hora y ya mi corazón está en modo Cuaresma, en modo Semana Santa. En modo cofradías.